sábado, 13 de julio de 2013

   
      
      Bruno Frey nos da diez consejos que no digo yo que sean los diez mandamientos de la felicidad pero que, de seguirlos, nos ayudarán a vivir mejor:
      1.- No te preocupes por no ser un genio, porque los genios no son más felices que los demás.
      2.- Gana dinero, pero sin convertirlo en una enfermedad. Un aumento de salario hace feliz .... pero solamente durante unas semanas.
      3.- Envejece con gracia.
      4.- No te compares con los otros en materia de belleza.
      5.- Cree en alguna cosa.
      6.- Ayuda a los demás.
      7.- Controla tus envidias.
      8.- Conserva a tus amigos.
      9.- Vive en pareja.
      10.- Acepta lo que eres y gestiona racionalmente tus debilidades.

       Diez consejos ingenuos, pero llenos de sentido común y de los que la mayor parte de las veces nos olvidamos.

domingo, 7 de julio de 2013

Cartas a mi hija, Scott Fitzgerald


      En Cartas a mi hija, un Scott Fitzgerald de vuelta de muchas cosas, alcohólico, separado de su mujer Zelda (ingresada en una clínica mental), con una carrera literaria en declive, con continuos problemas económicos y una salud muy deteriorada (moriría de un ataque al corazón con 44 años) trata de darle sabios consejos a su hija Scottie para que no cometa en la vida sus mismos errores, algo totalmente inútil como acaban comprobando "casi" todos los padres con el paso de los años.  F. percibe que su joven hija no se esfuerza en los estudios, que vive con el desenfado de quien espera que la vida le ponga sus manjares delante, servidos en una bandeja: “Muñeca, te mueves con una fe ciega, tan banal como la creencia de Kitsy de que no crecería ni un pelo, cuando das por sentado que te bastará tu pequeño don de gentes para que el mundo entero te abra sus puertas. Tienes que tomar el camino correcto en los cruces principales; el precio de extraviarte una sola vez son años de desdicha”. 
      Fitzgerald se ha trasladado a Hollywood donde trabaja sin demasiado éxito, escribiendo guiones de películas. En un tono de humor le participa a Scottie, para que escarmiente en cabeza ajena, su débil posición profesional: “ Estoy convencido de que no me van a convertir en el zar de la industria (del cine) de un día para otro, como pensaba hace diez meses. No pasa nada, bonita, la vida me ha bajado los humos. Zar o no, sobreviviremos. ¡Incluso estaría dispuesto a aceptar el puesto de adjunto al Zar!”. Y para que evite sus propios errores, trata de imbuir en su hija la ética del trabajo: “Lo que se oculta detrás de toda gran trayectoria, desde Shakespeare a Abraham Lincoln es lo siguiente: el sentido de que la vida es básicamente una estafa,  que sus condiciones son las propias de una derrota, y que las cosas que redimen no son la felicidad y el placer, sino las satisfacciones profundas que se derivan del esfuerzo”. 
      Una reflexión amarga: “Tienes dos hermosos malos ejemplos por padres. Limítate a hacer todo lo que no hicimos y estarás perfectamente a salvo”.
        Una conclusión fácil: “El mundo, por lo general, no habita en playas ni en clubes de golf”.
     Las cartas van precedidas de un excelente prólogo de la propia Scottie Fitzgerald, en el que como era de esperar reconoce que en su momento no hizo excesivo caso de los consejos de su padre: “Me hice inmune a mi padre: cada vez que me regañaba a gritos, simplemente no le oía”.
      Y una frase final, en la que puedes creer o no creer:

 “En el trabajo reside la dignidad, la única dignidad”. Francis Scott Fitzgerald. 

lunes, 10 de junio de 2013

Los ingenieros encuentran trabajo ¿o no?

         Has empezado la carrera de ingeniería, vas a clase, y mal que bien vas aprobando las asignaturas y pasando los cursos.
         Las empresas siguen reclutando titulados técnicos, así que, en principio, no hay de qué preocuparse.
         ¿O sí?
       ¿De verdad será suficiente en un mundo globalizado tener un título de ingeniero bajo el brazo para encontrar trabajo?
        Yo creo que deberías ir pensando en algo más que en tener un diploma ....



sábado, 8 de junio de 2013

Donde se encuentra la sabiduría

      
      Uno se imagina que la experiencia que proporciona el paso de los años le llevará, en la madurez,  a poseer un conjunto de verdades inamovibles sobre la vida. Que la lectura y el estudio le elevarán a un cierto estadio superior de sabiduría.  Y que esa situación le ayudará a que durante la mayor edad,  la vida discurra plácidamente por el camino de la templanza y la autosuficiencia.
      Pero nada más lejos de la realidad.
    La experiencia que da el paso de los años, más allá de ciertas enseñanzas zafias sobre la imposibilidad de que los políticos sean honrados o de que los banqueros te den un consejo financiero desinteresado, no  proporciona una guía detallada de comportamiento.
     Los libros te ilustrarán sobre las leyes de la física o la historia de la reiterada necedad del género humano, pero todo el saber universal no te servirá para que la cadera te duela menos o para evitar que tus hijos cometan la mayoría de los errores que tú cometiste.
    Por mucho que busques,  no hay un manual de instrucciones de cómo vivir,  solamente pequeñas pistas,  algunos consejos que parecen atisbar  por dónde van las cosas. Y no valen los mismos para todos; cada uno tiene que encontrar los que le sirven.
      Observa, escucha a la gente que merece la pena y grábate en la mente o apunta en un cuaderno las ideas que te pueden servir de ayuda. Filósofos, carniceros, agrimensores, monjes budistas, vendedores de periódicos, taxistas, borrachos de barra de bar, abueletes palizas, chamarileros, todos tienen algo que enseñarte y ninguno te enseñará todo.

    Por si te sirve de algo, te regalo una de las máximas que me confió mi madre y que para mi desgracia he desatendido en numerosas  ocasiones. No la dejes caer en saco roto:  “Hijo, vigila lo que comes, porque todo engorda” 

domingo, 2 de junio de 2013

Lo mejor está por venir


Parece que fue ayer.  Eran los tiempos del Superdépor. A Coruña, una ciudad pequeña, perdida en el Finisterrae,  soñaba con su equipo y hasta los padres como yo, de escasa afición balompédica, nos echábamos una bufanda blanquiazul al cuello y nos íbamos al estadio de Riazor con nuestros hijos pequeños.  Noches de fútbol europeo.  Apenas me acuerdo de ningún partido. Las imágenes que retengo en la memoria son las de las caras de mis dos hijos, sus miradas expectantes, su alegría cuando el Dépor marcaba. Y algunas preguntas comprometidas que, en mi ignorancia, a veces no sabía contestar. ¿Papá,  quien es el número 8?. Y yo que apenas conocía a Donato, Mauro Silva, Fran.
Luego fueron pasando los años, las ligas, la ESO, el BUP, y los hijos se fueron a la Universidad, a estudiar a Madrid, a jugar en otras ligas. Yo me fui olvidando del fútbol. Ellos en cambio se fueron haciendo cada vez más aficionados. Posiblemente la distancia multiplica la nostalgia. Y la morriña de su Dépor les acompañó todos estos años.
El Sábado, diez años y pico después, el Dépor, ya sin el prefijo de Súper, se jugaba la permanencia en primera división ante la Real Sociedad.  Mi hijo Gonzalo, que tiene abono en Riazor,  se vino desde Madrid sólo por ver el partido. Su compañero de asiento estaba fuera de A Coruña y me invitó a acompañarle. Vamos, que me llevó al fútbol. Hacía años que no pisaba el campo de Riazor. Empezó el partido y la cosa no iba bien para el Deportivo. Yo le preguntaba quien era tal jugador o tal otro,  qué decía la letra de la canción que entonaban los aficionados. Y él me iba explicando, con paciencia. Pasaban los minutos y el Depor no marcaba. Gonzalo agachaba la cabeza, se mordía las uñas. 
Al final, el Dépor perdió y bajará a segunda división.  Final triste para los deportivistas. Vuelta a casa cabizbajos. Le echo un brazo por los hombros. No pasa nada, Gonzalo, vendrán tiempos mejores.

Seguro.