sábado, 8 de junio de 2013

Donde se encuentra la sabiduría

      
      Uno se imagina que la experiencia que proporciona el paso de los años le llevará, en la madurez,  a poseer un conjunto de verdades inamovibles sobre la vida. Que la lectura y el estudio le elevarán a un cierto estadio superior de sabiduría.  Y que esa situación le ayudará a que durante la mayor edad,  la vida discurra plácidamente por el camino de la templanza y la autosuficiencia.
      Pero nada más lejos de la realidad.
    La experiencia que da el paso de los años, más allá de ciertas enseñanzas zafias sobre la imposibilidad de que los políticos sean honrados o de que los banqueros te den un consejo financiero desinteresado, no  proporciona una guía detallada de comportamiento.
     Los libros te ilustrarán sobre las leyes de la física o la historia de la reiterada necedad del género humano, pero todo el saber universal no te servirá para que la cadera te duela menos o para evitar que tus hijos cometan la mayoría de los errores que tú cometiste.
    Por mucho que busques,  no hay un manual de instrucciones de cómo vivir,  solamente pequeñas pistas,  algunos consejos que parecen atisbar  por dónde van las cosas. Y no valen los mismos para todos; cada uno tiene que encontrar los que le sirven.
      Observa, escucha a la gente que merece la pena y grábate en la mente o apunta en un cuaderno las ideas que te pueden servir de ayuda. Filósofos, carniceros, agrimensores, monjes budistas, vendedores de periódicos, taxistas, borrachos de barra de bar, abueletes palizas, chamarileros, todos tienen algo que enseñarte y ninguno te enseñará todo.

    Por si te sirve de algo, te regalo una de las máximas que me confió mi madre y que para mi desgracia he desatendido en numerosas  ocasiones. No la dejes caer en saco roto:  “Hijo, vigila lo que comes, porque todo engorda” 

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